Un bozal cuelga en el perchero de la casa del hermano de la auxiliar de enfermería contagiada de ébola. Sí, era de Excálibur. "Me acompañaba a todos lados, me seguía siempre", dice José Ramón, quien es en realidad el propietario legal del perro, según acredita la documentación que muestra a Crónica. Sentado en el salón, junto a su pareja Charo, José Ramón Romero, de 40 años, muestra las últimas imágenes que tiene de Excálibur. Son de un álbum familiar del verano de 2010, en Becerreá (Lugo). El perro aparece en una playa artificial de Lugo, dentro de una furgoneta entre cables y herramientas, bajo la mesa repleta de comida...Él lo llamaba cariñosamente por el diminutivo "Bur" y siente luto por su ausencia. "Ya que no me lo pueden devolver vivo, pues lo mataron al pobre, que al menos nos den sus cenizas", dice con rabia.
Pero, ¿dónde están las cenizas de Excálibur? El destino de los restos tras la incineración el 8 de octubre es un misterio que Crónica no ha podido resolver por muchas llamadas que ha hecho. En el crematorio de mascotas San Antonio Abad Memorial Center donde fue incinerado por peligroso -no porque un poco de sangre pitbull corriera por sus venas sino por miedo a que también lo hiciera el ébola- sólo aportan que las cenizas no se han tirado, se conservan, pero no revelan quién las tiene ni dónde. Excálibur no ha sido convertido en diamante, ni se ha tomado la huella de su pata para conservarla en cerámica, ni se ha serigrafiado su foto en la urna, como se hace con muchas de las mascotas incineradas en este crematorio de Paracuellos del Jarama (Madrid): "Sólo respondemos ante quien nos dio la orden de la incineración", dicen los de San Antonio.
Estas palabras apuntan así al Juzgado Contencioso Administrativo número 2 de Madrid, quien finalmente dictaminó la eutanasia, pero allí aseguran no saber nada de las cenizas. ¿Y la Consejería de Sanidad? "Las cenizas están custodiadas hasta que se devuelvan a la familia" dicen allí, sin querer aclarar tampoco dónde se guardan.
LA QUERELLA
Es precisamente a la Consejería de Sanidad donde la familia ha dirigido un duro escrito en el que reclama las cenizas. Está fechado el pasado jueves 16 y fue presentado en la Consejería por el abogado Víctor Valladares en representación de Carlos Rodríguez, la persona a la que Javier Limón -marido de Teresa Romero-, cedió la custodia de Excálibur en un intento desesperado de salvar su vida. "Que habiéndosenos informado por la incineradora San Antonio Abad Memorial Center, centro en que se llevó a cabo la incineración de Excálibur, que sus cenizas se encuentran en posesión de este organismo al que nos dirigimos, es por lo que le requerimos igualmente para que en el plazo improrrogable de veinticuatro (24) horas, se proceda a devolver las mismas al legal custodio del perro mascota, esto es, a Don Carlos Rodríguez Rodríguez, o igualmente nos veremos abocados a interponer de inmediato una querella por la supuesta comisión de un ilícito penal cuyo tipo se subsume en el de la apropiación indebida, y todo ello, habida cuenta que las cenizas en modo alguno (como tampoco lo suponía el animal vivo -remitiéndonos a la gestión llevada a cabo en los Estados Unidos de América en un caso similar-) suponen ningún peligro para la salud pública". Cumplidas las 24 horas, el viernes aún no sabían nada de las cenizas. "La próxima semana presentaremos las acciones legales pertinentes", decía Víctor Valladares.
Aún conserva José Ramón la cartilla que el 1 de enero de 2003 le firmó el veterinario de As Nogais (Lugo). En ella aparece el nombre (escrito Escalibur), y la raza: cruce de american standford y pitbull. Hasta 2007, cuando "a Bur lo trasladamos a vivir con Tere y Javi a Alcorcón", el perro era la mascota de José Ramón. Había llegado a la familia en 2002 con apenas cuatro meses de vida. "Nos lo dio un amigo de Zamora que se lo había encontrado cerca del Duero hecho una pena".
Excálibur era el perro de toda la familia. Una mascota criada en el barrio en el que su hermana y él mismo nacieron: Carabanchel (Madrid). Creció rodeado de Teresa, de José Ramón y de los padres de éstos, Jesusa y Beningo. Excálibur no recibió adiestramiento profesional. "Me seguía por la Casa de Campo cuando iba en bici y así fue aprendiendo de la vida", cuenta José Ramón, "disfrutaba cuando le tiraba un palo y tenía que entrar al agua a morderlo".
En diciembre, Excálibur hubiera cumplido 13 años, un récord para los de su raza (difícilmente alcanzan los 15 años). "El Bur se ha recorrido toda España conmigo y con Lágrimas y Rabia, el grupo de música que tenía en 2003", dice José Ramón. "En esos viajes Excálibur empezó a relacionarse con otros perros. Sin embargo, nunca tuvo descendencia".
Explica también que tenía calificación de perro peligroso desde que se perdió en el centro de Madrid. «Acabó en la perrera al lado de la Autónoma». Para sacarlo de allí, cuatro meses después, tuvieron "que sacar la licencia de perro potencialmente peligroso, por una orden que obligaba a los pitbull a tenerla".
-¿Pero era realmente peligroso?
-Era muy cariñoso con las personas pero muy celoso con otros perros -tercia Charo.
Charo era de las personas que más le quería y aún llora por él. "Guapo [lo llamaba] dormía conmigo, yo era como su novia". La cuñada de Teresa fue una de las impulsoras de la campaña para que no fuera sacrificado. "Si tú traes un virus a España y puede haber un riesgo como ha pasado, tienes que tener la capacidad de controlar el posible contagio de un animal, no decidir automáticamente sacrificarlo", dice. "Hubiese sido el primer animal doméstico contagiado por un humano... ¿Eso no merece la pena ser estudiado?", pregunta Charo.
El pasado día 8, cuando lo sacrificaron, José Ramón hizo un último intento por salvarlo. "Me fui corriendo a Alcorcón, pero ya había muerto y me sentí muy mal". Ahora, su único consuelo sería recuperar sus cenizas. Al final, susurra un epílogo con una mueca de sonrisa/consuelo: "Pobre... De alguna manera siempre pensé que era un perro destinado a ser famoso". Se llamaba Excálibur, y han escrito de él en The New York Times o el Wall Street Journal. El perro español del ébola. Una locura.
Con información de Ana M. Ortiz
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