No todas las décadas tenés que elegir entre ver el penúltimo y el último partidos del Mundial de Fútbol o rescatar a una maravillosa ave enferma, enriscada en la montaña. Hubo que decidir.
(Foto Ulises Naranjo) |
Nos gusta mucho jugar al fútbol, claro que sí, y también mirarlo por televisión. De hecho, es probablemente la cosa que mejor hayamos hecho en nuestra vida: jugar al fútbol, ejercer esa épica, que nos dio buena parte de tu pertenencia barrial y nacional y pulpa para ayudarnos a entender un poco quiénes somos nosotros, los argentinos. Nos gusta mucho el fútbol; y también nuestra montaña, envergadura de lo sagrado.
Es fin de semana y estás en tu casa dispuesto a ver el partido por el tercer puesto y la final del Mundial de Fútbol, en la que juega Argentina, nuestro país. No es algo que nos haya pasado en los últimos 24 años y, entre otras cosas, hemos tenido hijos y tenemos padres bien entraditos en años y, entonces, bueno, queremos hacer de ese momento una ceremonia, queremos que nuestro hijo se acuerde de ese momento cuando les toque ser viejos. Y queremos que nada arruine esa maravillosa expectación colectiva, este maravilloso ejemplo de cultura popular, que es el fútbol.
Sin embargo, la vida nos tiene preparada, según parece, una sorpresa: suena el teléfono y es Hugo “El Chapa” Asencio, un querido amigo que trabaja en Fauna y dice que hay un cóndor enfermo en Potrerillos y algo dice que, con él, hay una historia y allá vamos, con la estúpida esperanza de volver a tiempo para ver lo que será el 3 a 0 de Holanda a Brasil. En fin, pasamos a buscar al jefe de Guardaparques, Sergio “El Colorado” Devige, y partimos hacia la montaña.
Sucedió así: tres días atrás, un estupendo cóndor macho apareció en un posadero en lo alto de una pared de piedra de unos cuarenta metros. Un vecino que lo vio estuvo observándolo allí, quieto, echado, enfermo. Luego de un par de días, el animal seguía allí, comenzó a preocuparse y se comunicó con los guardaparques y así, pues, resultó que el sábado por la mañana conocimos a quien –con el capricho del caso– dimos en llamar “Mascherano, El Cóndor”.
Lo primero fue observarlo con binoculares: “El Chapa” y “El Colo” vieron que se trataba de un macho y que estaba amarillo. Probablemente, pensaron, siendo el cóndor un ave carroñera, se tratara de una intoxicación, una más en esta zona en la que, últimamente, algún cretino, desalmado y cobarde, anda envenenando animales como zorros, cóndores y perros.
La intención de los profesionales era bajarlo y, de ser necesario, enviarlo de urgencia en un avión a Buenos Aires el lunes a primera hora para que fuera atendido en el hospital del zoológico de esa ciudad. Luego de analizar la situación, los versados en estos temas deciden que, naturalmente, por el sitio en que se encuentra, no se podrá rescatar a “Mascherano, El Cóndor”, sin equipo técnico de escalada, y un par de versados en tales lides deportivas extremas, al día siguiente.
Se decide, entonces, subir el empinado cerro por un filo vecino a la pared para, tras remontarlo, observar detenidamente las condiciones del animal, que –desde que nos ha visto– no se pierde detalle y ha recobrado algo de movimiento. Cuando lo conseguimos, observamos su hermoso pelaje y su protuberancia de carne encima de la cabeza, propia de los machos.
Allí arriba, al final de la pared de piedra, “Mascherano, El Cóndor” se pone de pie y estira su cuello para medirnos, bajo una siesta de insustituible belleza en el valle de altura. Claramente, esta imagen vale bastante más que el partido entre Brasil y Holanda.
Que este hermoso ser haya apelado a su memoria histórica y genética para elegir tal lugar, habla a las claras de cómo se sobrevive, cuando de sobrevivir se trata. Allí, no hay depredador posible que pueda alcanzarlo, aprovecharse de él en su padecimiento.
La expedición, en tanto, observa los puntos en que se anclarán las cuerdas al día siguiente, cuestión que hacia el amanecer. “El Chapa” y “El Colo” no lo dudan: la tarea no será nada sencilla y probablemente nos lleve más allá de la final entre Argentina y Alemania.
“Si ya lleva tres días ahí, no puede esperar. Tenemos que hacerlo mañana”, larga “El Chapa”, mientras el cóndor cobra brío y mueve sus alas y aporta nueva información a la situación: no tiene ni patas ni alas quebradas y sus cacas se observan blancas, lo cual también es señal prometedora.
Comenzamos a bajar el cerro bajo su atenta mirada, mientras nos hacemos el compromiso de volver al día siguiente, antes de que amanezca y no bajar sin este fantástico bicho con nosotros, que ha de pesar unos catorce kilos, para que sea curado, aunque nos cueste perdernos la final del Mundial.
Sin embargo, no hizo falta: una hora después, resultó que el cóndor, cual Mascherano de altura, juntó entereza, sacó pecho y se rescató a sí mismo, superada un poco su resaca, tal vez: uno de los vecinos que lo observó contó que extendió las alas un par de veces y remontó vuelo, tomando una térmica y ascendiendo bien alto y enfilando hacia el oeste.
“Se debe haber sentido lo suficientemente fuerte como para retornar a sus rutinas”, evaluó “El Chapa”, no sin satisfacción.
En fin, no hubo rescate, pues. Esta historia termina sin peripecias heroicas en una filosa pared, pero de la mejor manera posible: con “Mascherano, El Cóndor” disfrutando del cielo y con un par de vecinos de El Salto, felices por su respuesta.
¿Nosotros? Bueno, nos perdimos el partido por el tercer puesto, es cierto, pero la final del día siguiente, la disfrutamos en familia y con la certeza de saber que un cóndor más sigue dando belleza y equilibrio a este planeta.
Ulises Naranjo.
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