El australiano Giles Clark crió a dos cachorros de fiera junto a su familia.
"Llegó a un punto en el que me sentía sencillamente exhausto", recuerda.
Cuando dos tigres de Sumatra nacieron en el zoológico de Australia, al norte de Brisbane, se fueron a vivir con Giles Clark, uno de los cuidadores de fieras, quien le cuenta aquí a los lectores de la BBC qué pasó cuando llegaron a casa.
Spot y Stripe no eran los primeros tigrillos que había criado en la sala de mi casa.
La primera vez que lo hice fue hace unos 20 años, cuando todavía estaba viviendo con mi mamá en Londres y trabajaba en un zoológico cercano. Allá crié a mano a varias camadas de leones y tigres.
Ahora vivo en Australia y he estado trabajando en el mismo lugar en Queensland durante 11 años y estos son los primeros cachorros que han nacido en la historia del zoológico de Australia.
A nivel global, un tercio de los cachorros de tigre de Sumatra que nacen en cautiverio no llegan a ser adultos, así que para aumentar sus chances de supervivencia decidí cuidarlos durante las 24 horas del día en mi casa.
Les tomó un poco acostumbrarse al biberón pero una vez lo hicieron no paraban de comer.
Ya había visto cuánto daño habían hecho los cachorros de leones y tigres en la casa de mi mamá, y no quería que pasara lo mismo en la mía, así que hice algunas modificaciones antes de que llegaran. Cambié la alfombra por linóleo y, como la casa no tiene paredes interiores, tuve que poner algunas barreras.
No me preocupaba traerlos a casa, aunque estuvieran mi esposa e hijos: se trata de cachorros.
Tengo dos niños y el más pequeño, mi hijo de 8 años Kynan, estaba particularmente emocionado con la idea de que vinieran dos tigres a vivir con nosotros. Pero no era el único: toda la familia disfrutaba la oportunidad de ser parte de sus vidas y verlos crecer.
Pesaban unos 2,5 kilos y eran tan pequeños que no había ningún riesgo. En cuatro meses no iban a crecer más que un cachorro de perro mediano. Y al igual que los perritos, hacen cosas como mordisquear las pantuflas, pero eso es lo peor que puede pasar.
Al mismo tiempo, es crucial tratarlos siempre con todo el respeto y no olvidar nunca de qué son capaces: al fin y al cabo, son animales silvestres, son poderosos y sus instintos les dicen cómo usar sus dientes y garras.
A medida que crecían y se volvían más robustos y móviles, los dejábamos andar libremente por la casa durante el día, pero cuando nos ibamos a dormir, los teníamos que mantener en una habitación grande, pues si no hacían travesuras.
Una mañana llegamos y encontramos el cuarto patas arriba. Incluso cuando los estábamos vigilando hacían toda clase de cosas: los dejamos jugar en el sofá viejo y poco después lo habían hecho pedazos, como si fuera el cadáver de un animal.
Los cachorros adoraban a nuestros perros, Caesar y Ruby, y jugaban con ellos tanto como entre ellos. Practicaban sus técnicas de acecho con los perros, aunque estos siempre los descubrían.
Desde el primer día, Spot fue extremadamente afectuoso con nosotros y era el que mejor se portaba, siempre en busca de atención y comodidad. Stripe era mucho más travieso y juguetón, y usualmente era el que se abalanzaba sobre su despistado hermano.
Las cosas se tornaron intensas debido a la enorme cantidad de energía requerida para cuidarlos.
Por suerte mi familia estaba ahí para ayudarme, pues era como la línea de producción en una fábrica. Había que hacerles los teteros con una fórmula que venía en unas cajas enormes marcadas "leche de tigre", lavar y esterilizar los biberones, limpiar el piso...
Además, cuando son pequeños, la madre normalmente los estimula para que hagan popó y pipí lamiéndoles el trasero. Como ella no estaba, teníamos que hacerlo nosotros.
Era un esfuerzo en equipo: alguien los alzaba sosteniéndolos de debajo de las dos patas delanteras y el otro les frotaba delicadamente un pedazo de gaza o tela húmeda y tibia en el área hasta que defecaban.
Hubo momentos difíciles. Llegué a un punto en el que me sentía sencillamente exhausto: era como tener dos bebés humanos en casa. Apenas acababa de alimentarlos en la noche, ponía la cabeza en la almohada por un rato y ya tenía que empezar a preparar el siguiente tetero.
Pero no importa cuán difícil fue, yo creo firmemente en que hicimos lo correcto. No todo el mundo está de acuerdo con la idea de criar cachorros de tigre de esa manera, pero yo creo que es lo mejor para ellos.
Ni estos tigrillos ni sus descendientes vivirán nunca en libertad. Juegan un rol importante en la conservación de su especie, tanto en términos de población como para educar al público sobre cuán amenazada está la existencia de los tigres de Sumatra.
Para ser brutalmente honesto, si todos los tigres silvestres desaparecieran mañana, no podríamos liberar al suficiente número de tigres cautivos para que hubiera una población viable.
En un mundo ideal no querríamos tener tigres cautivos: nacieron para ser libres. Desafortunadamente, no vivimos en el mundo ideal y enfrentan la posibilidad de extinción por la caza ilegal. Si los voy a tener cautivos, al menos les quiero dar el mejor estilo de vida posible.
Otros zoológicos dejan a los cachorros con sus madres durante 18 meses o incluso, dos años y medio. Yo creo que separarlos de la madre cuando acaban de nacer y criarlos a mano les asegura una mejor vida en cautiverio pues se acostumbran mejor y sufren menos estrés.
Al mismo tiempo, al criarlos a mano les podemos ofrecer una gran variedad de estímulos y experiencias que de otra manera no sería posible. Mi equipo y yo podemos ponerle a nuestros tigres correas y llevarlos a caminar por los cientos de acres de terrenos silvestres con los que cuenta el zoológico y, con excepción de la hora de la comida, ese es el mejor momento del día de los tigres. El estímulo que reciben de oler diferentes aromas, ver distintos paisajes y de tener la libertad de explorar áreas que en otros zoológicos las fieras nunca podrían explorar no tiene precio. No es sólo estimulación física, sino también mental.
Pero quiero subrayar que bajo ninguna circunstancia estoy sugiriendo que los tigres son buenas mascotas. Al fin y al cabo, son animales silvestres y nosotros, siendo sus guardas, pasamos más tiempo con ellos que con nuestras familias. Es sólo gracias a esos años de experiencia y el respeto mutuo que podemos mantener esa muy controlada relación con ellos.
Criados a mano o no, son animales enormes y pueden entusiasmarse y ponerse demasiado juguetones... y pesan más de 120kg y pueden correr a una velocidad de 40 kilómetros por hora.
Hay que recordar siempre que, al fin y al cabo, son fieras. Para cuando Spot y Stripe cumplieron cuatro meses, estaban aprendiendo a abrir puertas y saltarse las cercas, y supimos que había llegado el momento de que se fueran de la casa.
La separación fue difícil. Sabíamos que iba a suceder, estaba planeado, pero eso no hizo que las cosas fueran más fáciles los primeros días.
Todo era tan silencioso en las noches. Kynan siempre estaba un poco desilusionado porque los tigrillos no estaban. Uno de los perros los buscaba constantemente, convencido de que yo los había escondido en algún lugar de la casa.
El adiós no fue fácil tras cuatro meses de compartir la casa con las adorables fieras.
Yo no soy sentimental: si me encuentro un paquete de fórmula de tigre en la casa, no se me salen las lágrimas. Yo estoy en contacto con ellos todos los días en el zoológico y no me da nostalgia del tiempo que pasaron con nosotros en casa.
fuente: cooperativa.cl
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