5 JUNIO, 2015 - En el Primer Juzgado de Familia de Santiago trabaja una perra labrador que tiene oficina propia, cumple horario y tiene derecho a vacaciones. Su tarea es entregar apoyo emocional a los niños que tienen que declarar: juega con ellos y los acompaña para que puedan responder las preguntas de los jueces. Este es el seguimiento en un día laboral de esta peculiar funcionaria.
Por Consuelo Terra / Fotografía: Álvaro de la Fuente
Paula - Sábado 6 de junio de 2015.
Los lunes son el día de audiencias de juicios en el Primer Juzgado de Familia de Santiago y a las 9 de la mañana las salas de espera están atestadas de demandados, demandantes, abogados y niños.Muchos niños, de todas las edades, que se aburren, lloran, o corretean entre los asientos. El ambiente está cargado de tensión y tedio hasta que, a las 9:30, una aparición inesperada hace girar varias cabezas sorprendidas. Es Peseta, la perra de asistencia judicial del Primer Juzgado de Familia: una labrador negra de 8 años, cachetes mofletudos y ojos bonachones, que entra al edificio de calle San Antonio llevada de la correa por su entrenadora y sube al ascensor junto a abogados y actuarios hasta su oficina en el segundo piso.
Afiches que la muestran con el peto negro que usa como uniforme de trabajo están colgados en las salas de espera, con la frase “en este tribunal trabaja un perro de asistencia judicial”. Un breve texto explica que su función es entregar apoyo emocional y acompañar a niños, a adolescentes y a adultos en las audiencias reservadas frente a los jueces . El servicio es gratuito y se solicita en la Oficina de Atención de Público del juzgado.
Desde que empezó a trabajar en el tribunal en enero de 2010, autorizada por una resolución de la Corte de Apelaciones, Peseta es solicitada, en promedio, 16 veces al mes para acompañar a adultos mayores, personas con discapacidad, mujeres embarazadas, adolescentes y, sobre todo, a niños. Como una funcionaria más, Peseta tiene labores definidas, un horario –lunes de 9:30 a 12:30 de la mañana–, uniforme de trabajo, vacaciones y licencias por enfermedad. Su oficina propia está junto a las salas de audiencia, y aparece en la foto institucional del Primer Juzgado de Familia. La magistrada de este juzgado, Alejandra Valencia, aclara: “No es una mascota, es un perro profesional y así lo tomamos nosotros. Su presencia ha reducido mucho el estrés que se vive en tribunales. En las fotos institucionales los funcionarios suelen aparecer muy serios, pero en la foto con Peseta la energía es otra, todos estamos sonriendo”.
“Peseta tiene la capacidad de estar muy activa y conectada con un niño, pero cuando entra a la sala de audiencia sabe que tiene que desconectarse totalmente para no producir ningún tipo de distracción”, explica Cecilia Marré.
Peseta trabaja acompañada de una entrenadora profesional de la Corporación Bocalán Confiar, que importó desde Estados Unidos el programa de perros de asistencia judicial o courthouse dogscreado por Courthouse Dogs Foundation en 2003. Hoy trabajan más de 70 courthouse dogs en todo Estados Unidos y Chile fue el segundo país en integrar perros de asistencia en el sistema de Justicia. El programa, que cuesta más de 60 millones de pesos anuales, es financiado por Master Dog, a través de la ley de donaciones sociales. Y ha sido tan beneficioso el efecto en niños y adolescentes que, además de su horario fijo en el Primer Juzgado de Familia, a Peseta la piden tres o cuatro veces al mes desde distintas Fiscalías de Santiago y regiones para asistir emocionalmente a niños víctimas de abuso sexual cuando tienen que declarar en juicios penales.
Las situaciones en las que suelen declarar los niños y adolescentes en el Primer Juzgado de Familia son juicios por tuición, régimen de visitas, violencia intrafamiliar o aplicación de medidas de protección en casos de abuso, violencia o abandono, y ahí el rol de Peseta es clave. “Si declarar en un juzgado es un momento de estrés para cualquier adulto, lo es aún más para un niño, que tiene que estar solo frente al juez y la consejera técnica, sin sus padres, en lo que llamamos una audiencia reservada”, explica la magistrada Valencia. “Algunos menores se niegan de plano a hablar, o están muy cohibidos y angustiados para dar su opinión. Por eso, el primer objetivo es que el niño pueda estar en un ambiente más relajado acompañado por el perro. Eso le permite dar una declaración más fluida, completa y tranquila”.
AUDIENCIA RESERVADA
Un lunes de fines de marzo, a las 10:30, Peseta tiene agendada una audiencia reservada con un niño. Se trata de un juicio de autorización de salida de un menor del país. La madre quiere irse a vivir al extranjero con su hijo Benito (su nombre ha sido cambiado), de 12 años, y el padre se opone. La jueza Alejandra Valencia tomará las declaraciones de ambos padres y a continuación tendrá una audiencia reservada con el niño, sin la presencia de sus padres ni abogados.
Lo difícil es lograr que el niño hable, porque lleva 6 meses muy angustiado por todo el juicio y la noche anterior no durmió, de los puros nervios. En la audiencia preparatoria, que había sido hace un mes, Benito se quedaba callado o respondía solo con monosílabos las preguntas que le hacía la llamada curadora ad litem, una abogada asignada al caso para velar por los derechos del menor de edad. A esta segunda audiencia, Benito no quería venir y su mamá prácticamente lo trajo a la rastra. Sentados en la sala de espera, el niño mira el suelo, enojado y nervioso.
El papá de Benito lleva una hora de atraso y él está ansioso porque hace meses que no lo ve. Antes de hacer pasar a su madre a la audiencia, la jueza Alejandra Valencia le dice al niño que hay un perro labrador entrenado para acompañarlo cuando a él le toque declarar y que, si quiere, puede ir ahora mismo a conocerlo. El niño dice que sí con un hilo de voz.
“La oficina de Peseta”, como la llaman en el tribunal, está a 15 pasos de las salas de audiencia y antes de que la perra llegara, se usaba de bodega. Los mismos funcionarios del juzgado ayudaron a acondicionarla con mesitas de colores y sillas para niños, juguetes y peluches que trajeron de sus casas y un letrero afuera que dice “Sala de juego de menores”. En un corcho cuelgan decenas de dibujos infantiles de Peseta y de Isart, el otro perro de asistencia judicial que la reemplaza cuando está con licencia.
En esa colorida sala entra Benito, llevado por una consejera técnica, que lo deja solo con Peseta y la entrenadora Mae Rivera. El niño se para afligido en la puerta, con los ojos bajos y el cuerpo encogido por la timidez. La perra mueve la cola y lo mira con ojos atentos. Ahora su trabajo es hacer sentir al niño como si estuviera en un lugar seguro.
SUPERDOTADA
Peseta se llama así porque nació en España. Tenía solo 2 meses cuando llegó a Chile, donde continuó su educación en la Corporación Bocalán Confiar. Desciende de una larga línea genética de labradores seleccionados y criados por generaciones para ser entrenados profesionalmente. Antes de ser perro de asistencia judicial trabajó en terapias asistidas con animales en la Teletón.
Dentro de la elite de perros criados y entrenados de forma profesional por Bocalán es considerada “top” y por eso en sus 8 años de vida se ha convertido en la madre, abuela y bisabuela de todos los perros que Bocalán Chile está entrenando para asistir a personas con discapacidad física, diabetes o a niños con autismo. “Peseta tiene un temperamento excepcional.
Otros perros con su misma crianza y línea genética no logran el nivel de expertise de ella en su trabajo con niños. Por eso fue elegida para trabajar en el Juzgado de Familia. Es una perra que tiene carisma, te invita a acercarte, un don que no todos los perros tienen. Además, su color negro favorece su trabajo en un ambiente formal con abogados de terno”, dice Cecilia Marré, directora de Bocalán Confiar.
“La jueza me dijo que mi hijo habló muy claro en la audiencia y en eso fue primordial el perro. A mi hijo le dolía la guata porque tenía que venir al tribunal”, dice la madre de Benito, de 12 años, que entró a la audiencia acompañado de Peseta.
Al ser labradora, tiene lo que se describe como “temperamento adolescente”; es decir, altamente motivada por aprender durante toda su vida. Por predisposición genética Peseta tiene una genuina voluntad de complacer y disfruta la interacción con el ser humano más que con otros perros. De hecho, odia sentirse como un perro más y como profesional “prémium”, ella tiene privilegios, como irse a dormir a la casa de alguno de sus entrenadores en las noches y no en la sede de Bocalán junto a los otros perros. Además, fue entrenada por profesionales en aprendizaje animal y ciencias del comportamiento para no reaccionar negativamente frente a distintos estímulos. “Para trabajar profesionalmente en un tribunal ella tiene que ser capaz de sobreponerse a olores extraños, ruidos, texturas, a caminar en lugares resbalosos como pasillos y oficinas, que no están acondicionados para un perro. Tiene que acostumbrarse a ser acariciada y tocada constantemente por desconocidos, algo que los perros no disfrutan mucho. En todo esto a Peseta se la educó desde el día en que nació”, explica Cecilia Marré.
La sala de audiencia del primer Juzgado de Familia es una instancia crítica, porque el entrenador no está presente y Peseta entra con un niño al que conoció hace media hora. “Nadie le está dando ningún tipo de información al perro más que el ambiente donde está. Por eso su educación tuvo mucho énfasis en discriminatorios ambientales, con técnicas de refuerzos positivos, sin castigos. Elegimos a Peseta porque tiene esa versatilidad maravillosa que necesitamos. Puede estar muy activa y conectada con un niño, pero cuando entra a la audiencia sabe que tiene que desconectarse y no producir ninguna distracción. Incluso, cuando se arman peleas entre familiares, se queda tranquila junto al niño. La predictibilidad de su comportamiento la hace un perro profesional”, dice Cecilia Marré.
SELFIE CON PESETA
Benito se sienta callado en la silla que le ofrece la entrenadora Mae Rivera. Peseta, echada en su colchoneta roja, lo mira atenta. La entrenadora le presenta a Peseta y la perra se acerca y levanta una pata hacia él, con su boca abierta. Benito le da la mano. Como el niño se ve muy tímido, la entrenadora prepara juegos muy activos que lo empoderen. Mae Rivera acerca un cubo azul de plástico con dos escalones, le dice a Benito que ahora él va a ser el entrenador de Peseta. Le enseña a decir “arriba” y “abajo”, con un gesto de sus dedos, y la perra sube y baja varias veces del cubo, siguiendo las instrucciones del niño. Después, la entrenadora le enseña al niño a dar instrucciones a Peseta, para que con el hocico tome unos aros de colores de una caja y los inserte en un cono. La perra obedece. Benito sonríe sorprendido de que le haga caso. Le da un trozo de galleta de perro para premiarla. Se ve más relajado y se atreve a hacerle cariño en la cabeza.
“Cuando un niño va a un lugar cargado de tensión, como puede ser una declaración en un tribunal, su sistema nervioso reacciona liberando mediadores químicos como adrenalina y noradrenalina, aumenta la frecuencia cardiaca, la presión sanguínea, hay sudoración y miedo, todas reacciones reflejas que le dan la percepción de que en esa situación hay peligro”, explica la entrenadora. “Lo que hacemos a través de ciertos ejercicios con el perro, es generar una interacción potente con el niño y eso produce efectos fisiológicos beneficiosos: baja la presión sanguínea y la frecuencia cardiaca, se calma la respiración. Es decir, compiten dos percepciones ambientales: una de peligro y otra de tranquilidad. Si el perro se vincula con el niño exitosamente, podemos anular o disminuir la respuesta de miedo”.
Después de 15 minutos de estos juegos en que Peseta sigue las instrucciones de Benito, ahora el niño sonríe abiertamente, con su atención puesta totalmente en el perro, como si se le hubiera olvidado que está en un tribunal. La entrenadora lo felicita por su buen trabajo dirigiendo a Peseta y lo invita a sentarse en la silla. Peseta se echa sobre el cubo a su lado y apoya su hocico en la mesa para que Benito le haga cariño. La entrenadora decide hacer una actividad de concentración que lo ayude a estar más centrado para cuando tenga que declarar. Sentado en la mesa, el niño hace un collar con pulgas de plástico para Peseta. Cuando termina, se lo pone al cuello.
En ese momento una funcionaria toca la puerta y entra a la sala. Le habla a Benito: “Yo soy tu curadora ad litem y estoy encargada de representar tus derechos. ¿Podemos hablar?”. El niño asiente. La entrenadora sale y cierra la puerta. El niño abraza a Peseta mientras la curadora le hace preguntas. Benito está serio, pero tranquilo. Su curadora se despide y sale.
La monitora vuelve a entrar y le pone a Benito una “pulsera de entrenador”, felicitándolo por su desempeño con Peseta. Le explica que es hora de que él entre a la audiencia reservada. Pero él va a seguir a cargo de Peseta y entrará con ella a la sala.
Con una orden del niño, Peseta trae en el hocico su correa, Benito se la pone al cuello y, acompañado de la perra, camina con movimientos seguros los 15 pasos hasta la sala de audiencia, donde se enfrentará a la jueza, sin sus padres ni abogados. Benito se sienta en un banquillo con micrófono frente al estrado de la jueza. La perra queda sentada a su lado, sobre un cubo de plástico, a su misma altura. Las puertas se cierran. Tras 10 minutos, el niño sale de la sala de audiencia llevando a Peseta de la correa y entra a la sala de juegos. Se ve relajado. “¿Cómo se portó la Peseta?”, le pregunta la entrenadora.
“Bien. Se quedó dormida y roncaba”, responde el niño.
“Estaba relajada contigo. Eres un buen entrenador, mira cómo te mueve la cola”, dice la entrenadora.
El niño se ríe, le hace cariño en la cabeza a la perra y empieza a contar que en su casa tiene un perrito maltés de 3 años, pero que no lo ha podido entrenar tan bien como a Peseta. Mae Rivera le regala un pequeño paquete de galletas para su perro.
Mientras Benito se entretiene con Peseta, su madre entra a la sala de audiencia a escuchar la decisión de la jueza Alejandra Valencia. A los 15 minutos sale aliviada. Le otorgaron el permiso para vivir afuera con su hijo. Mira por la ventana de la sala de juegos y se sorprende al ver a Benito jugando con el perro. “La jueza me dijo que mi hijo habló muy claro en la audiencia y en eso fue primordial la perra. Él no dormía, le dolía la guata cada vez que tenía que venir. Ahora está contento y eso que no sabe que ganamos”, dice la mamá de Benito, y entra a saludar a su hijo. Ambos se sacan una foto con Peseta antes de irse.
La jueza Alejandra Valencia observa complacida la escena. “Ver a familias felices haciéndose fotos a la salida de una audiencia era algo impensado. ¿Quién quiere acordarse del día que tuvo que ir al juzgado? Peseta ha logrado eso: transformar una experiencia traumática en un recuerdo bonito”, concluye. ·
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