Una perra condujo a la niña hasta debajo de una acequia, en Cambados, donde sus crías agonizaban bajo tierra
BEA COSTA 15 de septiembre de 2015
Primero parecían dos, pero poco a poco fueron saliendo a la luz hasta nueve cachorros. Estaban semienterrados debajo de una especie de acequia en Burgáns (Vilariño-Cambados) y el sábado volvieron a nacer. Fue gracias a Sheila Parcero Bugallo, una niña de 13 años que se molestó en buscar el teléfono del Refugio de animales de Cambados en Facebook para dar aviso, y que tampoco dudó en arañar la tierra con sus propias manos hasta rescatar a las crías. El viernes por la noche no dudó en seguir la pista a una perra con pinta de recién parida que parecía invitarla a que la acompañara y así fue como averiguó que tenía cachorros. En ese momento no se percató de que estaban enterrados; solo oyó gemir y decidió dar aviso al refugio para que fueran a recogerlos. Pero como en la protectora no había a esa hora disponibilidad, Sheila no dudó en bucear en la tartera y coger un trozo de carne asada que había en casa para aplacar el hambre de la madre. Al día siguiente por la mañana condujo a Olga y a Mariña hasta el lugar donde se encontraba la camada y fue entonces cuando descubrieron un espectáculo dantesco. «Tres cachorros estaban fuera pero los demás estaban semienterrados. Se ve que la madre estuvo tratando de desenterrarlos porque había un agujero en el suelo», relata Olga Costa, la presidenta del refugio. «No pensábamos encontrar lo que nos encontramos. Íbamos sacando uno y después aparecía otro, y después otro».
«Martín» y «Martina»
Ayudadas por las linternas de los móviles y después de hora y media excavando el punto, primero con las manos para no dañar a los animales y después con una pala, recuperaron tres hembras y seis machos. «El negro tenía el hocico lleno de tierra y lo tuvimos que echar agua enseguida para que pudiera respirar», explica Olga. Le llaman Martín y a la madre le pusieron Martina para agradecer la colaboración que recibieron de la bodega Martín Códax, situada a pocos metros de allí. Por su puesto, una de las perritas se llama Sheila, otra Sabela, otra Ela y los demás todavía están por bautizar. Tiempo habrá. Lo prioritario ahora es alimentarlos, que la madre tiene mastitis y hay que darles biberón. Y son nueve bocas, así que los voluntarios no dan abasto. A sus 13 años, Sheila todavía no dispone de medio de transporte para acudir al albergue de Corvillón siempre que quisiera, pero a la mínima ocasión se escapará hasta allí para cuidar y mimar a sus perritos, y a los demás. Después de esta experiencia tiene claro que será voluntaria del refugio. Le gustan los animales -en casa tiene perros, caballo, carolinas, ocas y otras aves de corral- y a su corta edad no alcanza a comprender cómo puede haber alguien que sepulte a seres vivos que aún respiran. Si encontrara al autor de los hechos le diría cuatro cosas, señala con cara de pocos amigos, pero eso va a ser complicado. Ni se sabe quién lo hizo ni se sabrá.
Práctica habitual
En el rural, enterrar camadas de perros y gatos es algo habitual y en este tiempo de vendimia aparecen más que nunca «porque hay mucha gente por el campo y los ve», explica Olga Costa. En el refugio saben de esta práctica, que condenan enérgicamente, pero nunca hasta ahora habían tenido la oportunidad de rescatar a las crías con vida. «Sheila demostró una sensibilidad que no demuestran los adultos. En cinco días que estuvieron por allí los perros todo el mundo miró para otro lado», reflexiona Olga Costa. La jovencita sí miró. Quizá en ello tenga algo que ver su profesora Bea, que desde pequeña le inculcó el respeto y el amor por los animales o la charla que un día dieron los del refugio en el cole para explicar su trabajo a los niños. El esfuerzo tiene su recompensa. Nueve cachorritos descansaban ayer en una cesta mientras su madre se cura y se ofrece para que la acaricien. Parece agradecida.
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