Desde hace 23 años, este hijo de españoles tiene una huerta en el techo de su casa de Villa Azalais.
"Sé soldar, manejar camiones y sembrar. No terminé la escuela. Tuve que trabajar de chico. Pero a todo lo que sé, lo aprendí en la facultad de la vida”. Don Andrés Ramírez es un referente de Villa Azalais. No porque haya alcanzado grandes trofeos, medallas o notas en la escuela. Sino porque, en lo que a huertas respecta, es el que más sabe de todo su barrio.
Desde hace 23 años, tacho por tacho, fue sosteniendo su producción: comenzó con lechuga, rúcula y achicoria. Llegó a tener tres variedades de chauchas, 18 melones gota de miel y 1500 pimientos por año. Y hoy, con sus 83 años a cuestas, sigue sosteniendo la huerta que armó, no en el patio de su casa, sino en el techo.
“La naturaleza es sabia. En el mismo tacho en el que tenía la acelga, sembré lechuga. Pero las primeras dejaron sus semillas y ahora tengo las dos mezcladas”, comenta el hombre, en el comedor de su casa ubicada en calle San Ramón, en el barrio del noreste de la ciudad de Córdoba.
De buena memoria, buen recordar y buen comer. Así se define este hombre que hizo historia con su producción hortícola. Hoy tiene 34 tachos repletos de verduras y algunas frutillas que riega parsimoniosamente todos los días. Y si su cuerpo le falla, ahí está su esposa “Chichi”, al pie del cañón.
Ella es Juana Rosa Peralta (72), con quien tuvo tres hijos que heredaron su legado. “Lo mejor que hicimos fue criar bien a nuestros chicos. Hacerlos estudiar. Una de ellas es profesora, la más chica es maestra jardinera, profesora de yoga y peluquera. El chico me abandonó la carrera de contador, pero la hizo bien. Hoy vive en Capilla del Monte y al día de hoy me viene a pedir los zapallitos”, comenta el hombre.
Su legado. Don Andrés heredó múltiples habilidades. Una de ellas fue su pasión por la huerta. Hijo de españoles venidos de Los Gallardos, una ciudad de Almería, este hombre supo desde el comienzo cómo sacarle el mejor fruto de la tierra, sin grandes extensiones.
“Mi papá era minero y vivía en zona montañosa. La casa estaba arriba, las vacas abajo y, en el medio de las pircas, toda la verdura que te imaginás. También cosechábamos uvas. De todos los colores”, recuerda.
Andrés es el mayor de 12 hermanos y, a los 10 años, quedó a cargo de la familia, cuando su papá se accidentó en las canteras de Malagueño. “Llegué a tercer grado y ahí me quedé. Pero hoy vienen ingenieros y se quedan admirados. Hasta el cocinero Martiniano Molina preparó un programa en el techo de mi casa”.
La huerta de Don Andrés le llegó de la mano de la jubilación. “Fue un día que llegué a mi casa y le dije a mi esposa. ‘Che Chichi, estoy jubilado. Qué me iba a sentar a ver la gente que pasa. Nada de eso. Comencé a construir una escalera que me conectara con el techo. y todos los días llevaba un balde o dos de tierra”.
Con un par de tachos del taller de su hermano comenzó la producción. Para evitar problemas de humedad, construyó soportes para mantenerlos en un nivel elevado. De esta manera, el aire que circula le permite evaporar el agua que queda como excedente. Para aumentar la precaución, le dio dos manos al techo de cal blanca. Y luego, de una membrana impermeabilizante. La técnica le mantiene la casa fresquita.
Referente de oro. Es muy raro que este matrimonio tenga que ir al súper. Porque todo lo que necesita lo saca del techo, o de los vecinos. “Acá regalamos la verdura que nos sobra. Y las semillas también. También recibimos a cambio limones, cabritos, salames. Casi que no necesitamos comprar”, cuenta doña Juana.
Hace unos años, el Programa Pro Huerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta) lo nombró promotor calificado. Guillermo Aguirre, ingeniero agrónomo de esa institución, respaldó su conocimiento: “Lo importante es que Andrés despierta la motivación de otras personas. Si él lo puede hacer, entonces los demás también. Cada vez son más las familias que encuentran en la huerta un sustento para la alimentación”.
A Don Andrés se le consulta por plagas, flores y aromáticas. Repartirá recetas en base a jabón blanco, ajo, sulfato de cobre o colillas de cigarrillo. Dirá que en luna menguante es mejor sembrar verduras que crezcan hacia abajo, como la remolacha. Y en luna creciente, las que van para arriba. Como la lechuga. Y al final de la tarde reconocerá: “Son cosas que no aparecen en los libros. Pero yo te las digo porque las sé”.
Consejos de un huertero de oro
1) El éxito de tu producción dependerá en gran parte del suelo. Para tener un buen sustrato, tenés que armar un abono (o compost). Juntá yuyos y hojas que no sirvan. Mezclá con tierra y humedecé. También podés agregarle cáscara de huevo.
2) Para que no tengas problemas de humedad, dale dos manos de impermeabilizante. Juntá tachos, cajones y recipientes para los canteros. Marca agujeros en el fondo y elevalos en un soporte para que se evapore el agua que llegue a caer.
3) Podés poner una mediasombra para mitigar el efecto del sol, sobre todo en verano. Las especies trepadoras, como el tomate, necesitan de un soporte en la pared. Los podés armar con alambre o caños. Todo sirve.
fuente: diaadia
No hay comentarios:
Publicar un comentario