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lunes, 17 de noviembre de 2014

Islero, último mártir de quienes quieren seguir en la Edad de Bronce

Medinaceli repetió anoche la barbarie de prender fuego a los cuernos de un toro para disfrute de sus vecinos y a pesar de las protestas de quienes exigían la abolición del Toro Jubilo
Cuatro personas fueron detenidas y después puestas en libertad acusadas de desórdenes públicos y de lesiones a agentes de la autoridad, por patadas al ser desalojados por la fuerza del poste en el que Islero sería después prendido. Otras 51 fueron identificadas y denunciadas por desobediencia

Concha López
Islero, Toro Jubilo 2014 en Medinaceli. Foto ©FranDíaz

Islero ha sido la última víctima de quienes en Medinaceli y en el resto de España creen que aún estamos en la Edad de Bronce.

“El toro tiene que sufrir, porque si no sufre no habría fiesta”, decía un vecino de la localidad soriana a los periodistas que cubrían los hechos. Y así es. Incluso ellos, los partidarios del Toro Jubilo, han evolucionado lo suficiente como para saber que en el fuego de sus cuernos ya no hay rito pagano, ni purificación, ni ancestros, ni magia alguna. Por eso el argumento de la tradición ya no es válido para justificar una barbarie que solo sirve para que unos cuantos se diviertan a costa del sufrimiento atroz de un animal.

Ya solo les queda evolucionar hasta asumir que no tienen derecho a divertirse a costa del sufrimiento de otros.

De las casi cien personas que se concentraron para reclamar la abolición de ese abominable espectáculo, unas veinte consiguieron después encadenarse al poste de la Plaza Mayor instalado para inmovilizar al toro y colocarle la gamella, sobre la que arden las dos bolas de fuego.

Mientras los partidarios de la tortura exigían el inicio de su fiesta macabra, los defensores del toro gritaban “todos somos Islero” y clamaban para conseguir“derechos ya para los animales”.

Pero en España, en Medinaceli, torturar a un animal hasta su muerte por mera diversión es legal, incluso está subvencionado por todos los ciudadanos a través de nuestros impuestos; sin embargo, defenderle no lo es.

De hecho, cuatro personas fueron detenidas y después puestas en libertad acusadas de un delito de desórdenes públicos y de lesiones a agentes de la autoridad, por patadas mientras los desalojaban por la fuerza del poste al que se habían aferrado para impedir la barbarie. Otras 51 personas fueron identificadas y denunciadas por desobediencia, todo ello según informó la Subdelegación del Gobierno en Soria.

Resulta que en este país nuestro los “desórdenes” los provocan quienes quieren evitar la comisión de una barbarie, y la ley protege a quienes apelan al respeto a su libertad individual y colectiva, como pueblo, de torturar a quien quieran.

Pero la libertad individual, y la de un pueblo, tiene límites. Nadie es libre de matar a otra persona. Nadie es libre de maltratar a su pareja. Nadie es libre para decidir no alimentar a sus hijos. El respeto a su integridad y a su bienestar está por encima de la libertad individual. Y lo mismo tiene que ocurrir con los animales, a los que debemos respeto y protección. Si realmente somos seres más evolucionados que los demás animales, así deberíamos demostrarlo.

Las imágenes del Toro Jubilo 2014 bien podrían ser de la Edad de Bronce si no fuera por las ropas de los mozos y porque no los vimos después beberse la sangre y comer la carne del animal recién sacrificado.

Disfrutaron de su mirada aterrada, de sus inútiles intentos de zafarse de la maroma que le inmovilizaba mientras le colocaban la gamella y prendían fuego a sus cuernos. Le gritaban y vociferaban mientras él, con la mirada perdida, trataba de huir de sí mismo y de ver algo más allá del fuego que le quemaba los ojos. El barro en su cabeza, a modo de supuesta protección, se iba secando y desprendiendo a la misma velocidad a la que caían las chispas sobre su piel y el humo le entraba en los pulmones hasta agotarle, uniéndose al miedo, a la angustia, a las quemaduras, a los golpes…

Ser ajusticiado en el matadero fue su única liberación. Porque, señor alcalde, Felipe Utrilla, y señores organizadores del espectáculo, no mientan. El toro no vuelve después a la dehesa. El toro muere en el matadero, en los casos en los que no muere antes, en aplicación de una legislación que da por hecho que las lesiones le impedirían seguir viviendo, y que en el colmo del cinismo pretende garantizarle una muerte sin sufrimiento después de haberle torturado salvajemente.

Al otro lado del burladero de madera y fuego, unos veían satisfecha su sádica necesidad de macabra diversión, y otros lloraban por la rabia, por la impotencia, por la incomprensión, por no entender cómo en pleno siglo XXI la tortura sigue institucionalizada.

eldiario.es

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