Alejandra Peralta (50) se dedica a rescatar galgos que son abandonados o sacrificados después de que los usan en carreras clandestinas. Su página de Facebook cuenta con 12.000 seguidores.
Por MARIANA PEREL / ESPECIAL PARA MUJER
Pasión por las mascotas. Alejandra regresó a la Argentina, desde Italia, trayendo ocho perros y cinco gatos.
fuente: clarin.com
Alejandra Peralta (50) cuenta, como si fuera lo más natural del mundo, que durante los casi treinta años que vivió con su familia en una granja de Italia salvó once caballos, dos cabras tibetanas, tres conejos y un burro destinados a finales trágicos. Ella compraba los animales en el matadero. Pagaba su precio por kilo para que no fueran vendidos como alimento (en Italia se come la carne de caballo).
“La mayoría estaban arruinados, eran viejos o rengos”, explica. Así vivió Alejandra, criando a sus hijos Stefano (26), Sofía (24), trabajando con su marido, e imprimiendo ganas, amor y tiempo a sus animales rescatados. Los alimentaba bajo el sol o la nieve y los domingos por la mañana la familia salía a cabalgar. Ella era feliz dedicada a esa tarea.
Flacos nariz de lápiz
Pasaron los años y Alejandra, estimulada por los hijos, se animó a incursionar en la tecnología, aunque le resultara un mundo de lo más ajeno. La virtualidad la llevó por el mismo sendero que el campo abierto: el rescate de animales. Esta vez desembocó en la penosa situación de “los flacos nariz de lápiz”: como ella bautizó a los galgos. Supo que en España los galgueros (los dueños de los galgos que compiten en carreras o cazan) dejan morir a los perros que ya no sirven para correr. Los más piadosos los llevan hasta una perrera para que los adopten. Tienen diez días para ser elegidos, si no encuentran dueño los envían a la cámara de gas. Enterada, Alejandra voló de inmediato a España. Cuando vio a Paloma dijo “La quiero”, sin dudarlo. No solamente, sino que se ofreció como voluntaria en la Progetto Animalista per la Vita , una ONG que ayudaba a los perros, cualquiera sea su raza, a sobrevivir. “Con Paloma descubrí un submundo en el que usan a los perros y los tiran como si fueran gomas de auto. Yo sentí la necesidad de transmitir esto porque, para la mayoría, los galgos son sólo herramientas de carrera o de caza, no los consideran mascotas y son seres de una dulzura increíble. Además, viven lo más bien en un departamento, no necesitan mucho espacio”.
Sabiendo que volvería a la Argentina, Alejandra investigó qué ocurría con “los flacos” en nuestro país. A través de la web, encontró a Sonia Peretti, santafecina, quien recogía galgos abandonados y los daba en adopción. Comenzaron a escribirse. Entonces, Alejandra supo que también aquí se los utilizaba para las carreras y la caza, y se los descartaba cuando ya no servían. Descubrió, a la vez, que la mayoría de las carreras eran clandestinas y se hacían en campos privados o en calles de tierra. Una actividad imposible de controlar. Alejandra decidió no dar batalla por este tema no por falta de interés, sino porque le hubiera implicado demasiado tiempo “y los perritos seguirían muriendo: yo preferí directamente salir a salvarlos”.
Ya desde Italia había empezado a diseñar, junto con Sonia -a la que nunca había conocido personalmente- la página de Facebook “Adoptá un galgo en Argentina”. Querían crear una ONG.
Amores perros
En el 2010, cuando volvió a la Argentina, Alejandra lo hizo trayendo ocho perros y cinco gatos desde Italia. Su marido se quedó en Europa por dos años más, pero sus hijos vinieron con ella. No fue una mudanza sencilla porque tuvo que atravesar el duelo del divorcio. “Mi marido no entendía mi pasión por los animales, y se ve que yo no lo entendía a él. Dedicarme a los galgos fue también una manera de salvarme porque, aunque no tuviera fuerzas para moverme por la tristeza, no podía dejar que un perrito sufriera. Es cierto, yo los salvé a ellos, pero ellos me salvaron a mí”.
Sonia y Alejandra se conocieron, por fin, y comenzaron los trámites para crear la ONG. Mientras tanto, se manejaban por Facebook. Comenzaron con los galgos que Sonia había recogido en su provincia. Después se conectaron con gente de Miramar y de Mar de Plata, así fueron sumándose más personas interesadas en colaborar.
No cualquiera es aprobado para adoptar a los animales que se rescatan. “Nos organizamos a través de la página. Cuando nos avisan que hay un galgo abandonado determinamos quién puede tenerlo o vemos cómo trasladarlo hasta un hogar de tránsito. Se hacen cadenas. Hemos llevado galgos a Miramar en tres o cuatro etapas. La gente aporta lo que puede. A veces los perros están tan mal que los llevamos directamente con Andrea Diratchette, la veterinaria, quien los atiende sin cobrar un peso, y los nombra. Entonces comienza otra etapa, porque al identificarlos se les da una nueva vida”.
Cuerpo y corazón
Alejandra cuenta: “Una vez recuperados, se los ofrece en adopción. Los adoptantes nos contactan. Les enviamos un cuestionario. Preguntamos de qué trabajan, cuántos viven en la casa, si piensan sacarlo a pasear. Las respuestas son reveladoras. Seleccionamos al adoptante. Si nos parece apto le pedimos que se acerque al refugio o algún voluntario va hasta su lugar y realiza la entrevista. Si lo aceptamos, pedimos que busquen al galgo por el hogar de tránsito. Si no tienen vehículo, se pide el traslado. El control también se hace a través de la página de Facebook, porque el grupo va subiendo fotos. Nos han devuelto perros, pero en la mayoría de los casos, todo va bien”.
Alejandra pone el cuerpo, la cabeza, el corazón. “Hace poco me enteré que un galgo había tenido diez cachorritos de los cuales sólo dos eran atigrados. Yo conocía al galguero, sabía que iba a dejar morir a los ocho negritos. Fui a verlo con miedo a que se enojara; es que hay mucha ignorancia, insensibilidad. Insistí tanto que me los dio”. Los cachorros siguen en su casa, más los ocho perros propios, los cuatro en tránsito y los cinco gatos. Ni ella sabe explicarse cómo hace con todo, pero puede.
Miles de seguidores
Alejandra y Sonia cosecharon lo que sembraron: “Adoptá un galgo en Argentina” cuenta actualmente con unos 12.000 seguidores. Además, se creó otro grupo llamado “Galgos felices”, integrado por los adoptantes. Ahí, ellos cuentan el día a día de “sus flacos”. Además, cada dos meses organizan picnics. “De ser una conexión virtual se transformó en una comunidad maravillosa, de doscientas personas que participan con toda la familia.” La última vez hicieron galguitos de madera para colgar en los árboles de navidad y collares para gatos; todo eso se vende para amortizar los gastos. “La plata se va en medicamentos, traslados, comida. Muchos galgos llegan con fracturas expuestas y la cirugía es carísima aunque el cirujano sólo nos cobra el material”, señala Alejandra, a quién algunos cuestionan su devoción exclusiva por los galgos. Ella dice que no se puede abrazar todas las causas, ésta es la suya. “Yo voy por la ruta y levanto galgos, continuamente. La gente se sorprende, ‘¿cómo haces para cruzarte siempre con galgos?’. Es así, ellos me encuentran, y yo a ellos. Es inexplicable, mágico”.
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